martes, diciembre 19, 2006

Un urbanita perdido en Alberta (y 3)


Había dejado colgada hace ya unos días la historia de la excursión a las Rocosas Canadienses en el momento en que nos tocaba volver a bajar de Sulphur Mountain usando el engendro del demonio ese, la Banff Gondola.


Como es de recibo, una vez hecha la subida, la bajada es un trámite obligatorio (aunque aún no de buen gusto). Así que nos disponemos a deshacer el camino andado hasta el Sanson Peak y su estación meteorológica y volver a la plataforma de llegada del teleférico, aquélla que se ve a lo lejos con su patriótica bandera ondeando al viento.



Y una vez en la plataforma, el objetivo es montaros en el cacharro colgante y bajar hasta ahí abajo.



Una vez abajo, hacemos una parada para comer en Banff y enfrentamos nuestro último destino del día con el estómago lleno: Johnston Canyon.


Allí, el curso del río ha ido erosionando y trazando un recorrido sinuoso a través de los años y de la roca. Y a la orilla del río (aunque a veces no hay más remedio que usar plataformas ancladas a las paredes del cañón), un camino para recorrerlo en sentido inverso ascendiendo para ir viendo las sucesivas cascadas que la diferente composición del terreno y la erosión del agua han ido formando con el tiempo.



Según el cartel indicador que hay a la entrada del cañón, la primera de las cascadas reseñables está a una media hora de distancia de paseo tranquilo. Sin embargo, a lo largo de todo el camino del río podemos ver pequeños saltos de agua como éste.



Efectivamente, a la media hora de paseo llegamos a la primera de las cascadas más impresionantes. Una pequeña gruta excavada en la roca nos acerca hasta casi colocarnos bajo ella. Se nos está haciendo tarde y de un momento a otro va a empezar a anochecer, pero tenemos que parar a ver el paisaje, sacarnos unas fotos y escuchar el ruido que hace el agua al caer desde unos cinco metros de altura.



Seguimos remontando el río mientras la tarde se va haciendo noche y entre los árboles cada vez se ven más sombras. La segunda media hora de caminata no transcurre tan pegada al río porque el terreno empieza a ascender de manera abrupta. En uno de los tramos, una pasarela sujeta a la pared del cañón nos permite pasar bajo la roca, en lugar de sobre ella, apenas un par de metros por encima del río que baja tranquilo.

Al final, cuando casi ha anochecido del todo, llegamos a la cascada principal y final del camino.



El tiempo que gastamos en posar un poco para las fotos y mirar las paredes que rodean a la cascada y que empiezan a cubrirse de hielo (aquí viene mucha gente en invierno a hacer escalada en hielo) hace que la foto de antes se transforme en la siguiente.



Como se nos ha echado la noche encima y aún nos queda casi una hora de vuelta, nos ponemos en marcha a través de los árboles a paso vivo.

Sé que no es el momento adecuado, pero caminando entre tanta sombra y apenas viendo al que va primero del grupo, no puedo evitar empezar a pensar sobre algo que he leído en el catálogo que nos han dado al entrar en el Parque: qué hacer en caso de encontrarse con un oso. Y quizá ahora parezca algo tonto e infantil, pero mientras caminaba casi al trote no dejaba de preguntarme si seríamos capaces de llegar el coche antes de que aquella sombra grande que parecía moverse tras los árboles fuera capaz de alcanzarnos.

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