Madrid huele...
Madrid huele mejor. No huele a mulas, ni a sudor, ni a humos, ni a corrales sucios con el olor caliente del estiércol y de las gallinas. Madrid huele a sol por las mañanas. El gato se queda en una esquina del balcón encima de un cuadrado de alfombra, asoma la cabeza a la calle por encima del borde de la tabla puesta de canto contra la barandilla y después se sienta y se duerme. De vez en cuando, entreabre los ojos de oro y me mira. Los vuelve a cerrar y sigue durmiendo. Dormido, mueve las ventanillas de la nariz, oliendo las cosas.
Cuando riegan la calle sube hasta el balcón el olor fresco de la tierra mojada, como cuando llueve. Cuando sopla el aire del norte, huelen los árboles de la Casa de Campo. Cuando no hay aire y el barrio está quieto, entonces huelen las maderas y los yesos de las casas viejas, las ropas limpias tendidas en los balcones, los tiestos de albahaca. Los muebles viejos de nogal y de caoba sudan la cera y se les huele por los balcones abiertos, mientras las mujeres limpian. Debajo de casa hay una cochera de lujo y por las mañanas sacan los coches de charol a las calles y los riegan y los cepillan, y huelen. Los caballos blancos y castaños, color canela, salen a pasear tapados con una manta y huelen a pelo caliente.
Esto escribía Arturo Barea al comienzo de un capítulo (creo que el séptimo) del primer volumen de su trilogía "La forja de un rebelde" ("La forja"), así que desde entonces debe haber llovido bastante.
Y hoy en día, cada vez que llueve Madrid ya no huele mejor. Ya ni siquiera huele bien Alcorcón (y supongo que a los demás pueblos que rodean Madrid les ocurre lo mismo); lo que quedaba de pueblo en todos ellos ha sido devorado por el cemento, el hormigón y el resto de materiales de construcción.
El suelo no filtra la lluvia y, con cada tormenta, el agua hace que los olores a ciudad rancia y sucia afloren y se hagan patentes. No quedan parques de arena porque han sido excavados para hacer aparcamientos y reconstruidos con baldosines. Jugar al fútbol o hacer un hoyo para jugar a las canicas es misión imposible. El recinto de juego ha quedado acotado a un rectángulo mínimo, con columpios de madera (ya no metálicos, no vaya a ser que alguien juegue demasiado y se haga daño), a la vista siempre de las madres, sin dejar ni un resquicio a la aventura ni a la imaginación.
Ahí no se juega, bájate ahora mismo, eso no se hace, eso no se dice, eso no se toca...
Poco a poco, la cara se me va poniendo gris y mi corazón se encoge, encerrado en un caja de cemento que cada vez se hace más y más pequeña.
Etiquetas: A mí me pasa
5 COMENTARIOS:
Me pregunto si existe alguna placa en Lavapiés que recuerde a Arturo Barea. Creo que no; al menos, no recuerdo haber visto ninguna. Una omisión imperdonable.
Es cierto: Madrid ya no huele mejor cuando llueve. Huele un poco menos mal, nada más.
Le han enmendado la plana a Nietzsche. Ya no crece el desierto, sino el cemento.
Un saludo.
Deberíais leer Nomadas de Chelsea Quinn Yarbro. Esa sí que habla de los desiertos de cemento y el horro que anida en su vacío impersonal.
Por lo pronto, mientras no huela a alcantarilla desbordada y a miseria humana, para mí Madrid tiene un olor que me gusta.
Mi opinión es que Madrid huele mejor cuando no llueve, aunque mi alergia me recomienda desear siempre lluvia.
Errantus, preveo que volverás a Madrid ;-)
Quizás en la Ciudad Universitaria huela mejor; en el eje Delicias-Prado-Recoletos-Castellana apesta.
Y ese Madrid del que habla Barea ya no existe y, además, cada vez es más dificil hacerse una idea de como era, ni me quiero imaginar cómo olía.
De hecho, ultimamente están desapareciendo tantos comercios antiguos, tantos azulejos que, se supone, están protegidos, que Vincent y yo hemos decidido sacar la cámara (prestada, es de mi madre, pero no se la hemos devuelto) a la calle y hacerles fotos a esos sitios, como por ejemplo los almacenes Francisco Quijorna, en la calle Atocha, especializados en telas y retales al por mayor.
Cada vez Madrid huele peor (sobre todo como no llueva pronto) y se ve más triste sin sus comercios de toda la vida y con doner kebabs en su lugar.
Un saludo Yayo.
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